Pensamos que la muerte de alguien es excepcional, hasta que es una persona indispensable para uno mismo quien fallece. Entonces, comprendemos que el mundo jamás podría entenderse como algo estático, a pesar de experimentar la placabilidad inconsciente del paso del temido tiempo.
En tales momentos de rumiación, nos hacemos cosncientes de la deshumanización socio-cultural que nos caracteriza. Y podemos dar explicación, a la escasa habilidad de empatizar con el prójimo que padece otras desavenencias generalizables.
Los lazos del afecto en pocas ocasiones parecen estrecharse, bien por selección-natural, ética-moral, instinto egoista de autoprotección-supervivencia... Es igual, pues de todas es una característica del hombre, por lo menos del occidental, que le empobrece.
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