Ni dos meses han pasado y ya extraño
el tacto nacarado de su piel,
entre las yemitas de mis dedos,
costado, carrillo y pecho.
Tantos y tan pocos minutos dediqué
al complacerme con tal placer;
los cuales ahora deseo,
anhelo, imploro y lloro.
Minutos de horror y gloria.
Minutos de tempestad y calma.
Minutos de odio y amor;
los que ha día de hoy experimento
aun en pro de aquellos otros
y en deseo de estos nuevos.
El horror por pensarle me agita,
mas la gloria de esto me reconforta.
Y el odio a tanto amor,
aun a sabiendas del egoísmo natural,
se torna injustificable.
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